¿Seguridad o imagen populista?
HHR
La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, entregó con bombo y platillo 3 mil 500 nuevas patrullas, con una inversión pública de 7 mil 460 millones de pesos. La escena fue cuidadosamente orquestada en el Autódromo Hermanos Rodríguez, un lugar simbólico para una puesta en escena que pretende proyectar fuerza y dirección. Pero tras el rugir de motores oficiales, vale la pena preguntarse: ¿esto es una política de seguridad de fondo o un gesto de relumbrón?
La estrategia, en papel, suena bien: dos patrullas por cada uno de los mil 20 cuadrantes de la ciudad, unidades identificadas con el nombre de la colonia que vigilarán, con la intención de que los policías se conviertan en actores comunitarios. Se apela al tejido social, al rostro humano de la vigilancia y a una policía más cercana. Pero la pregunta es si el problema de inseguridad en la ciudad —profundo, estructural, muchas veces institucional— se resuelve con más patrullas.
La cifra es llamativa: más de 7 mil millones de pesos. Pero hay preguntas que siguen sin respuesta. ¿Qué parte de esa inversión se destinó realmente a equipamiento operativo y cuál a contratos con sobreprecios? ¿Qué mecanismos de transparencia existen para auditar una compra tan masiva? ¿Qué criterios se siguieron para elegir a los proveedores? Que por cierto, se dice, son unidades rentadas a un grupo empresarial dueño de un diario con el que todo Morena tiene convenio publicitario.
Por otro lado, si bien se presume una baja del 62% en delitos de alto impacto respecto a 2019, no debe olvidarse que esa cifra se compara con el periodo anterior a la pandemia, cuando las dinámicas urbanas eran completamente distintas. La comparación con el año pasado (apenas 10% menos) es mucho más reveladora y menos espectacular. Y sobre todo, habría que analizar cómo se construyen estos indicadores, qué delitos se están tipificando diferente y qué zonas concentran realmente esta supuesta mejoría.
Además, la percepción de seguridad y de corrupción en la policía sigue siendo baja, aunque se reporta una mejora del 15%. Pero esa mejora no implica aún una transformación profunda del cuerpo policial. ¿De qué sirve tener más patrullas si los elementos que las conducen siguen actuando con impunidad o son parte del problema en algunas zonas? ¿No debería priorizarse una depuración institucional antes de dotarlos de más poder y visibilidad?
La narrativa de “la policía como parte de la comunidad” es, sin duda, una aspiración noble. Pero en una ciudad donde miles de ciudadanos tienen razones fundadas para desconfiar de los cuerpos policiales, este acercamiento no puede ser solo simbólico ni depender únicamente de la presencia física. Se necesitan reformas estructurales, capacitación constante, protocolos de actuación claros y, sobre todo, sanciones ejemplares cuando la policía se desvía de su mandato.
El problema de la inseguridad no se resuelve con más patrullas, sino con instituciones fuertes, justicia eficaz, atención a las causas de la violencia y verdadera rendición de cuentas. Por ahora, la entrega masiva de unidades parece más un mensaje político que una solución integral. Clara Brugada apuesta a la imagen del gobierno activo y visible. Pero la seguridad no se construye con actos de campaña ni desde un volante: se edifica con coherencia, consistencia y voluntad real de transformación.
Y eso, aún, está por verse.
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